jueves, 29 de octubre de 2009

JOSÉ LUIS RIVAS… PREMIO NACIONAL DE CIENCIAS Y ARTES 2009



A finales de verano de 1993, el poeta José Luis Rivas visitó su natal Tuxpan después de un largo exilio voluntario. La visita duró solo unos días; suficientes para que en el poeta se evocara la llama de los recuerdos de su infancia. Una niñez en la que José Luis Rivas reconoce el origen de su semilla poética.
Roberto López y Estuardo Garcés, lectores de su poesía, sostuvieron con él una larga charla grabada bajo la fresca sombra de una piocha sentados a la mesa de una refresquería en el parque de La Reforma. Semanas después dicho diálogo se transformó en una extensa entrevista que fue acogida, en tres entregas, en las páginas de la sección cultural del periódico La Jornada los días 23, 24 y 25 de octubre de ese mismo año.
Con motivo de la reciente noticia del premio nacional de ciencias y artes en el área de lingüística y literatura 2009 concedido al poeta José Luis Rivas, se reproducen los textos originales de aquella entrevista.

José Luis Rivas, entre el mar abierto y las riberas
(Primera parte)

P: La imagen del río Tuxpan que permanece en tu obra, ¿es una fascinación infantil?

JLR: Bueno sí, nací en la calle de Escobedo y de ahí al río hay un par de cuadras y uno de los recuerdos más antiguos que tengo es un paseo acompañando a mi madre por la ribera hasta La Peña y ahí la impresión que me produjo el río, quizá lo había visto antes, pero no de manera tan deslumbrante. El río me produjo una fascinación que no acaba. Ahora que he estado unos días aquí en Tuxpan me doy cuenta que me atrae muchísimo el mar de aquí pero en especial me fascina el río, que tiene un encanto, una historia compartida; me acuerdo de los puentes de madera, de algunos atracaderos que ya no están, también esa resurgencia de los humos que habían sido totalmente aplastados por el pavimento quedando enterrados y que ahora brotan y eso es algo que me da la sensación de una pujanza vital que al parecer nada puede echarla abajo, por más que se intente aplastar, resurge.

P: ¿Recuerdo vivo o lenguaje que inventa un nuevo río?

JLR: Habría que hablar de un arte realista que sería un remedo a la fotografía, como un primer esbozo de la fotografía, una especie de arte encaminado a recrear las cosas tal como las percibes. Nunca ha sido esa mi intención, sino construir en mis textos lugares imaginarios que puedan tener un referente real que me sirva como pretexto para de ahí aumentar la que corresponde a la percepción vivida que se da en la vida diaria; aumentarle una cauda de ensoñación, de imaginación y de fantasía inconsciente, es como una experiencia que se siente frente al río. El río esta ahí, pero hay que de algún modo te invita a viajar en un plano imaginario.

P: Algunos años atrás declarabas, en entrevista, tu intención de escribir en un poemario la historia de un río; reconstruir imaginariamente su nacimiento, hasta el mar, su muerte. ¿Es esto una especie de analogía de tu propia vida?

JLR: Hay un verso de un poeta uruguayo que escribía en francés; es sensacional y dice algo así como “pálido sol de olvido, luna de la memoria”. Habría que ver en el origen de las cosas una fuerza remota, poderosísima, un sol que sería lo vivido. Todas las historias que tenemos acerca de algo pertenecen a la memoria, es decir, a lo que el olvido hace posible emerger a la superficie, una vuelta al origen. Me interesa sobre todo porque es como un buceo en algo que sabemos, pero que no lo sabemos en tanto no hacemos ese viaje: es una incitación a despertar una memoria perdida, por eso me interesa ese libro que de algún modo no he terminado; tengo esbozos, libretas que guardan textos, quizá acabados, algunos otros no; el problema de ese libro sería su montaje, dentro de la idea que tengo, sería un texto corrido para corresponder a la afluencia del río.

P: Cuando publicaste tus primeros libros de poemas, ¿imaginaste que más allá de verte a ti mismo, aquéllos podrían convertirse en espejo para sus lectores? ¿Tu infancia podría ser la de ellos?

JLR: Lo que en un primer momento se me planteo como un problema era hasta qué punto en la búsqueda de un decir personal contaba yo con algo a lo que pudiera imprimir ese sello y me di cuenta que había vivido una infancia paradisíaca, que con ella podía componer una serie de fragmentos de ese paraíso y que respondía a tomarme el pulso en directo porque de qué podía hablar mejor sino de aquello que había experimentado directamente, y que lo había vivido de una manera exaltada. Alguien me decía: “Es que me asombra, y en cierta forma te lo critico, que lo que escribes sea permanentemente una celebración; parece que en tu infancia no hubo puntos negros de horror, de espanto, de aplastamiento, de sometimiento”. Le dije que si los había pero que en mi memoria no ocupaban un plano que se marcara, claro que era un juicio bastante reductivo, pero que atendía más que nada al hecho de ver permanentemente un tono celebratorio, una actitud de festejar el mundo, una euforia; de manera que decía, bueno, este amigo nos está vendiendo exclusivamente una cara de la infancia y otra cosa está oculta, pero la verdad es que acerca de lo negro de mi infancia no tengo ninguna gana de escribir, no me nace. Otro amigo decía: “Tuve una infancia desdichada, pero si le evoco se vuelven dos desdichas” ¿Para qué? Y en mi caso, en gran medida fue una infancia dichosa y la evoco muchas veces porque son otras tantas dichas.


P: Tu adolescencia, el futbol en el barrio, tu apodo El Pirri, ¿escribirás sobre ello?

JLR: Eso siempre me ha parecido que debiera formar parte de un texto autobiográfico, de eso no he escrito más que tres o cuatro fragmentos, de eso hace diez años, después los he abandonado; mi vida ha dado una serie de vueltas, he tenido que atender aspectos que normalmente no atendía, y eso me ha llevado a abrazar de un modo más constante la traducción para poderme preservar al margen de la oficina. Lamentablemente de un tiempo acá he vuelto a un escritorio, no es el mejor espacio pero no me encuentro encajonado; sé cómo manejarme para poder seguir haciendo mis cosas, porque existe una idea muy generalizada acerca de que alguien que escribe, lo más conveniente es que no rose una oficina y no tenga que ver con el mundo de la burocracia en absoluto, pero he conocido mucha gente dueña de una serie de talentos en el plano de la escritura que nunca ha rosado las oficinas, ni ha tenido que ver con la burocracia, y lo que ha escrito es muy poco porque la misma bohemia tan acentuada ha impedido también que escriba. Tampoco el otro es como un mundo que necesariamente traiga la creatividad.

P: Del poemario Tierra Nativa a la Transparencia del Deseo, ¿se dan avances en el manejo del lenguaje?

JLR: En el primer libro sentí que había sido demasiado claro, que las metáforas, las imágenes estaban un tanto regaladas al lector e intente otro tipo de aventura queriendo hacer una serie de textos que dieran lugar a una coautoría con el lector y que fuera una especie de obra abierta, presentarla con los elementos a partir de los cuales mediante una lectura imaginaria se podía componer algo más particular desde el punto de vista del lector, esa es una de las intenciones de fondo. Otra sería acercarme a géneros orientales como los del haikú sin hacer estrictamente haikú, sino creando combinaciones orientaloccidentales que por ejemplo, a algunos críticos los llevó a ver nada más como un ensayo de haikú abortados que no se cumplían debidamente, que no respetaban las normas del caso; una persona, Isabel Fernández, lo vio y en una nota de Novedades decía eso, que había una especie de juego, tomando dos o más formas normalmente separadas y haciéndolas por primera vez compaginar, coincidir y esa era mi intención; me dio gusto que alguien lo viera.

P: Uno de los recientes libros se llama Luz de mar abierto; sin embargo, uno de sus capítulos alumbra escenarios locales, ribereños, poco comunes en las letras mexicanas.

JLR: Un poco el libro está compuesto de escenas de mar abierto, pero también de escenas ribereñas que tenían que ver con aspectos de una vida pesquera que normalmente en la poesía mexicana han sido desatendidas. Existen muy pocos poemas sobre el mar, son unos cuantos y esto resulta inconcebible dado que México en buena medida tiene litorales inmensos, una vida pesquera importante: ¿Por qué esto no ha entrado de un modo más amplio en la literatura mexicana? Antes de la publicación de Tierra Nativa me llamaba mucho la atención el centralismo en los temas: las calles de la ciudad de México, la desolación, la alienación, la muchedumbre solitaria, todos esos asuntos estaban ahí bastante marcados.

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