El Evangelio de este domingo nos dice que una multitud escuchaba con interés las palabras de Jesús. Al ver que estaban hambrientos, el Señor preguntó cuantos panes tenían. Un muchacho traía cinco panes y dos pescados, los entregó a Jesús y todos comieron. Cuando sabemos aportar solidariamente se generan cosas importantes, veraderos prodigios.
Podemos entender la solidaridad como principio social, ordenador de las instituciones, para que se conviertan en estructuras de solidaridad, mediante las leyes, reglas de mercado, y ordenamientos diversos.
Pero la solidaridad es también virtud moral, no «un sentimiento superficial por los males de tantas personas. Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos responsables de todos».
La solidaridad se eleva al rango de virtud social, cuando se busca la justicia y el bien común, orientando la vida y la acción hacia el bien del hermano, trabajando por los demás, en lugar de explotarlos; servirlos en lugar de oprimirlos, buscando sacar provecho.
La solidaridad nos hacer tomar conciencia de la herencia hemos recibido de la sociedad: todo lo que facilita hoy la existencia humana; así como el enorme patrimonio cultural, científico, tecnológico, intelectual y espiritual; los bienes de todo tipo que los humanos han producido para el bien de todos.
Este valioso patrimonio que está en nuestras manos, exige de nosotros actitudes y acciones positivas, para que el camino de la humanidad no se interrumpa, sino que permanezca abierto a las generaciones presentes y futuras, llamadas a compartir, en la solidaridad, estos y otros dones que vayan surgiendo.
Aquel muchacho del evangelio puso sus cinco panes e hizo posible el milagro de la multiplicación del pan. Aportemos cada uno nuestros panes, nuestro granito de arena, buscando el bien de todos, y haremos posible el milagro de tener mejores familias y una sociedad más justa y fraterna.
Juan Navarro Castellanos / Obispo de Tuxpan
Podemos entender la solidaridad como principio social, ordenador de las instituciones, para que se conviertan en estructuras de solidaridad, mediante las leyes, reglas de mercado, y ordenamientos diversos.
Pero la solidaridad es también virtud moral, no «un sentimiento superficial por los males de tantas personas. Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos responsables de todos».
La solidaridad se eleva al rango de virtud social, cuando se busca la justicia y el bien común, orientando la vida y la acción hacia el bien del hermano, trabajando por los demás, en lugar de explotarlos; servirlos en lugar de oprimirlos, buscando sacar provecho.
La solidaridad nos hacer tomar conciencia de la herencia hemos recibido de la sociedad: todo lo que facilita hoy la existencia humana; así como el enorme patrimonio cultural, científico, tecnológico, intelectual y espiritual; los bienes de todo tipo que los humanos han producido para el bien de todos.
Este valioso patrimonio que está en nuestras manos, exige de nosotros actitudes y acciones positivas, para que el camino de la humanidad no se interrumpa, sino que permanezca abierto a las generaciones presentes y futuras, llamadas a compartir, en la solidaridad, estos y otros dones que vayan surgiendo.
Aquel muchacho del evangelio puso sus cinco panes e hizo posible el milagro de la multiplicación del pan. Aportemos cada uno nuestros panes, nuestro granito de arena, buscando el bien de todos, y haremos posible el milagro de tener mejores familias y una sociedad más justa y fraterna.
Juan Navarro Castellanos / Obispo de Tuxpan